De pronombres y besos.

Desde la ventana de este séptimo con balcón desfilan los recuerdos estampados como gotas de lluvia.

Intento recogerlos como viejas migajas de un pan duro llamado olvido. Murieron mis deseos ahogados en miedos de retaguardias que hoy se tiñen de lluvia, se perfilan como las noticias de un periódico del que extraigo titulares y los maquillo bajo una pulida mueca.  Late el vacío cotidiano, la tortura de tu voz exangüe que se tragará el desagüe de nuestros silencios.

Y pese a todo vivimos, dejamos de costado la costilla que le arrancamos a Adán, la manzana que le dejamos morder a una quimera. La pérfida sonrisa de un absurdo que se llama vida, que de tan hermosa por momentos hasta nos duele,  que nos aniquila, nos besa, y a destiempo nos chulea. 

El humeante sorbo del café me atraviesa la garganta y siento el ímpetu de sentirme viva al acariciar las horas como traviesos aleteos de tus pestañas en mi sonrisa, de un tatuaje en la mirada, de un estrenado verso en el dobladillo de la falda, del tac tac de mis tacones. 
Mientras, el tiempo se aletarga en un nido de moscas que se estampan contra la pared, sin miedo al ridículo al querer complacer la alquimia de las miradas, intentando seguir la partitura de un ruiseñor que no dejó de cantar desafinado dentro de una locura que le quedaba grande. Las chicharras aplauden desconsoladas, ahogadas en cada uno de tus suspiros cuando las hojas muertas llueven ya sobre este nuevo otoño recién estrenado.

Y aún así sigue brillando esa terca y tozuda estrella que nunca dejó de creer en  nosotros, desde ese punto equidistante que siempre separó nuestros cuerpos de unos besos que algún día, se suicidarán , rotos y cansados de tanto esperarnos.