domingo, 25 de septiembre de 2016

AMOR VISTO y NO VISTO (4)



Parece que me esté viendo, recién puesta, enjabonadita, y bajando por uno de esos boulevards parisinos con un paso alegre bajo una lluvia que me hacía pestañear.

Soy yo la que camino mientras él se contentaba con pasarle la aspiradora a su casa y cambiar las sábanas arrugadas. Esperaba mis llamadas y mis textos. Yo los suyos. Esto de los móviles lo que tiene es que cada dos segundos te recuerdan que alguien no está pensando en ti, ni tú en él, y la mente cogita dando vueltas para nada. Yo seguía caminando y me limitaba a esperar ese algo, haciendo una pausa en alguna terraza mientras me ocupaba en mis cosas. 

Y ya todo eso aunque pareciese que no, es un trabajo a tiempo completo, el cual me dejó horas enteras para fabricarlo. 
Así cuando me llamaba rellenaba nuestras conversaciones para poder recordarlas después durante esos momentos del día cubiertos de indolencia. Acabé por reconocerle algo de ese talento loco y arrebatador, de valiente, del que me hablaba tanto Margot cuando al traducirle sus letras, me decía la pereza que me daría de tener que aprenderme sólo una de ellas de memoria.

Y hasta acabé por encontrarle un cierto aroma de calor a su piel, a falta de haber sólo sentido un olor neutro. Le daba la vuelta a todas sus frases simples intentando subordinarles alguna perla rara. Le había descubierto una tarde acolchada en su abdomen, un michelín al que mi mano se agarró como a una barca que sabes que va a naufragar.

Y luego estaban las largas y aburridísimas charlas con Margot para intentar convencerme de seguir adelante. A ella le encantaba participar en el montaje de cualquier escena, - era una experta en decorados- ella que ya solo se había convertido con el tiempo en una de esas eternas espectadoras de una sala de cine vacía que ve en sesión contínua desfilar la peli de su propia vida.

De lo que en verdad preservo un grato recuerdo del comienzo de nuestra historia son sobretodo mis largas caminatas por París con los cascos puestos escuchando de todo, hasta el canto de los estorninos en Islandia. Y me empleaba a fondo en ello.

Y así pasaban los días, yo envuelta en mis ensoñaciones con el móvil repleto de mensajes de Max, y Max pasando la aspiradora y poniendo lavadoras mientras seguía finiquitando las maquetas para sus futuras presentaciones.

Hasta que en su última tanda de mensajes leo que había organizado tres días en el campo, en la casa de sus padres donde había pasado su infancia, y con algunos amigos íntimos que quería presentarme.

Yo seguía con mis paseos, divagando por los boulevards espejeantes de lluvia, acomodando los agujeros de los días viendo alguna expo, colaborando en esto y lo otro,  yendo al cine, al teatro, y como me sentía ya desbordada con tanta vida social no entendía que Max no lo estuviese tampoco. 
No soy de un natural asociable pero eso de compartir tres días de ocio y languidez por esos campos de la Loire, oliendo a moho, y con personas que no conocía de nada, era como pedirme la luna y si bien ya me había metido hasta la médula dentro del papel de enamorada medio lela, me resultó francamente muy difícil vencer aquel espontáneo sentimiento de repulsión. Y ahí se quedó aquello.

Hasta que llegó el día.

Comenzamos a llenar el coche de Max, hasta abarrotarlo de bolsas y trastos inútiles que para él eran necesarios, cuando una mujer con una cara alargada y tez clara me hizo un ademán por detrás del cristal delantero. Un metro ochenta. Una plancha, y más tiesa que una i, manos largas, dientes muy blancos y cuadrados (llevó frenos, seguro), un casco de playmóvil negro como pelo (estilo Puigdemont); en suma, una belleza tallada con un  cincel en un bloque de sal pero con  una peculiaridad, tenía un vozarrón de miedo: era Lilou. Su amiga, "la amiga". 

La casa de campo de Max se la conocía al dedillo. Bueno, es que todo se lo conocía al dedillo. Esa era su expresión favorita. Conocía al dedillo el bar de la plaza del mercado, conocía al dedillo a la madre de Max y todas sus confidencias, conocía al dedillo a todos los amigos de Max, inclusive a los jugadores de su equipo de fútbol favorito, al mismo Max en persona, los mejores restaurantes de París, la receta de la mermelada de frambuesa de la abuela, y hasta todos los secretos de su chico, un tipo curioso, rechonchete y con las piernas y los brazos de un levantador de pesas de 120kg, pero tan  lerdo como  un macho cabrío.

Nada más llegar, Lilou se metió en la cocina y empezó a escarbar y a sacar cacerolas (de lugares que se sabía al dedillo) para hacernos unos simples macarrones con mantequilla, eso sí pintándonoslos como si fueran caviar del Este. Yo mientras salí a pasear, - me voy a buscar setas, les dije- para aderezar aquellos macarrones, y le dejé la cocina a sus dedillos.  Suelo dejársela siempre en estos casos a ese tipo de mujeres que todo lo hacen mejor que las demás por lo bonito que se lo suelen pintar ellas mismas y hacer que todo el mundo se lo crea. 
No me había caído mal hasta que la vi allí en medio de aquel escenario que ella misma se había montado a su medida, posando histriónica, como una Castafiore macarrónica, rodeada de cacerolas en aquella inmensa cocina, y fue entonces cuando me puse a detestar hasta la cabaña burguesa de los padres de Max, ubicada en medio del fondo de la nada: un agujero perdido y sin escapatoria alguna. Su infancia y sus amigos.
No nos comimos mis setas. Yo la primera. Pero me fue de cine el paseito.

Ya detestaba yo sólo al cabo de 8h  las excursiones por aquellos senderos pedregosos los cuatro juntos, la alfombra turca del salón, el caballo del vecino que no se podía ni montar, las hojas podridas de moho, el gallo de otro vecino, (no el del caballo) con su cresta y sus kirikikis estridentes. Me lo hubiese zampado de haber podido mostrándoles como se preparaba un buen coq au vin, y de paso me hubiese zampado también al novio de Lilou sin otro aderezo que esa maldad que les viene de cuna a los idiotas y de la que la naturaleza lo había dotado tan bien.
Fue entonces cuando empecé a detestarme también yo, y mi paso aburrido y triste durante los paseos, y aquel silencio del que no lograba salir cuando me preguntaban algo y empecé a detestar también a Max, y su manera de intentar dar la cara por mí, de justificar mi introversión tras sus gafas opacas llenas de vaho y sus ojazos, hasta su manera de acercarse a mí llegada la noche como si no hubiese pasado nada.

Y es que en realidad no había pasado nada. 

(Continuará)

8 comentarios:

  1. Menos mal que no te comiste las setas, a lo peor nos hubiéramos quedado sin la continuación, ahora que está tan jugosita y rica la historia... :)
    Besos y salud

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  2. Mira que me has dejado con ganas de más, eh?

    Besos Eva =))))

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  3. Hay párrafos que no veas como los entiendo, por ponerte un ejemplo lo de compartir esos tres días oliendo a moho, la descripción de esa tía perfecta que lo hace todo bien y presume de ello, tu escapada a coger setas, bueno... y no te canso más.
    Deseando que continúes.
    Besos guapísima.

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  4. Cada vez más interesante, a por el siguiente. Besotes.

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  5. A veces, solo a veces, la realidad se encarga de rescatarnos disfrazada de la amiga my amiga y mucho amiga, y conviene dejarla hacer.

    un beso sin ápice de indolencia

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  6. Jajajaja, Zarzamora:
    me está gustando mucho.
    Ese toque de humor cínico, malvado, tierno y devastador, a la vez. Sólo tú sabes conseguirlo (y lo haces "al dedillo").
    Conocer el entorno de la persona amada puede ser una experiencia... ¿cómo decirlo? gore, para mayores de 18 años y tres o cuatro rombos en la parte superior derecha de la pantalla de una tele en blanco y negro franquista, jajaja.
    Lo que debería saber la protagonista es que "si quieres la col (Max), hay que coger todico lo que hay alrededor (familiares y amigos...)".

    Seguiremos atentos

    (y a ver si Max saca ya la canción, el disco o lo que se lleve entre manos...)

    Salu2 musicaux

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  7. Bueno bueeeeno, que han pasado muchas cosas.
    Qué jodidas son estas situaciones. Una se pregunta todo el rato qué pinta allí, cómo y qué ha sido el motivo verdadero que la ha llevado allí bla bla bla.
    La Castafiori y su pasta, así, al dedillo, me supera.

    Sigo... otro beso ;)

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Rebeldes que dejaron su zarzamora