lunes, 26 de septiembre de 2016

AMOR VISTO y NO VISTO (fin)




Lo único que pasaba es que no sabía qué hacer de Max, allí todo lo largo que era y repantigado en el sofá, ni de la cara lisa de Lilou, cuando un día, ante la tele que ella miraba a todas horas, me soltó " así, tú vas mal", sin más, de manera sencilla, con ese vozarrón firme, la mirada clavada en la pantalla y con aquellos labios de medusa en días de marea baja.




Es verdad que el comienzo había sido malo y que yo iba mal, pero no en el sentido que ella creía.  Tenía los ojos bien abiertos. Había visto que Max tenía las mejillas fláccidas y un miedo visceral a lo que los demás pudiesen pensar de él. Y veía a Lilou, suspirando y lamiendo la sal de entre sus dedos, con aquellos labios espesos y concentrados, aspirando el zumo de un limón, y metiéndose el tequila de un trago y de golpe.

Recordé entonces cuando el corazón de Max empezó a latir como el de un pequeño animal cuando puso por primera vez sus labios en los míos por sorpresa, la primera noche que nos conocimos.

Lilou era de esas mujeres que todo lo hacen bien, la comida, animar una conversación, pertenecía a esa categoría de individuos amarrados a frases lo suficientemente afirmativas para que el interlocutor no ponga en duda su pertinencia, incluso cuando lo que están contando es una estupidez de caballo.   Pero no tenía tiempo para pensar en ella, era de esas personas que acaban ahogándose un día u otro en su propio glamour como la Marquesa de Merteuil.

Durante el camino de regreso, empecé a recobrar mi tono de voz y mis ganas de soltar alguna bromita a medida que el campo iba quedando cada vez más lejos. Y concentré toda mi imaginación contemplando la cara de Max medio dormida en mi regazo. 
París se aproximaba y Lilou callaba por fin.  Al fin y al cabo no era culpa nuestra si todos éramos gente rota y ellos dos un par de cobardes.

Max me había querido mostrar la casa de su infancia, y no era culpa suya si yo no había sabido entrar en ella. Yo quería amarlo, y quererlo bien, pero en el fin del mundo, perdidos entre una muchedumbre anónima y sonora.

París será un buen comienzo, pensaba yo,  El Sena nos regará el alma, Max, y remplazaremos las terrazas de café por tu casa, miraremos cómo pasa la gente cuando no tengamos ya nada que decirnos, ya te veo durmiendo y besándote los párpados, tus manos ya me parecen preciosas, las de un músico fuera de serie, y mira Max, la ciudad surge justo a tiempo para retener esta dulzura con toda su ternura entre las grietas de sus muros. 

Me las arreglé como pude para seguir enganchada. Fui al hamam de la Grande Mosquée, vapor, peeling, y masaje con especias orientales para borrar el moho incrustado aquellos tres días, y hasta salí a comprarme un par de trajecitos.

Fue entonces cuando las llamadas empezaron a espaciarse. Mantos de silencio por ambas partes siempre justificados, trabajo, familia, mientras pensaba yo en el último trajecito malva que me picaba en el metro y me molestaba un montón. Ya me lo había puesto para ir a la última fiesta a la que fuimos juntos, fue idea suya, hay gente súper  conocida y te queda muy bien, y  lo que me pude aburrir con tanta celebridad, fue espantoso. 

¡Hasta cuándo tendríamos que esperar la siguiente llamada, cuánto hacía que no me reía con ganas, había que hacer algo, tomarme un buen baño, un baño de esos de vapor tan blanco que se pudiese cortar con un cuchillo, y llegar hasta aturdirla a una; cuánto hacía que no me conmovía ante una escena callejera, no crees que ya va siendo hora de dejar ir, de ir soltando... !
Soy yo quien me estoy hablando, me oigo hablar, y ni me creo lo que me estaba contando.  Lo que quería en el fondo era ponerme a trabajar, sentía un cierto hormigueo en las piernas, las caminatas.

Y así pasan las semanas y una noche llego a casa de Max que también parece cansado, todo esto va a pasar, le digo. Vale,  me quedo esta noche, que sí, vamos a dormir para ir matando lo que está por llegar. Dije también por lo bajini "te quiero" poniendo la voz de un médico que quiere tranquilizar a un moribundo haciéndole creer que aún le queda alguna posibilidad, para que al menos acabase de terminar con las presentaciones de sus dos proyectos. 

No podía dormir y oí los gritos de rabia de una joven sin techo a quien estaban sacando de una cabina un par de gendarmes.
Di un par de vueltas por el comedor, por mis arterias parecía que corriese plomo, cogí mis cosas y salí de estampida, me fui. 

Me puse a andar por el boulevard bajo la lluvia. Llovía majestuosamente. París se despertaba rejuvenecida y temblorosa. Yo me colaba por sus líneas imprecisas y sus transeúntes adormilados con olor a recién duchados y aún blanditos. Mis pulmones se llenaron de aire suspirando felicidad. Me encanta esta ciudad porque me ha dejado siempre vivirla al máximo, museos, teatros, bibliotecas, conciertos, caminatas, y cines sin dejarme con hambre de más. Me puse a pasar la mano por los coches alborotando la lluvia en sus cristales, chapoteando por todos los charcos que me encontré, y al poco tiempo me di cuenta de que no guardaba ningún recuerdo de Max, y  de que todo se me escapaba entre los dedos como aquella lluvia. 

Quise volver a verlo para asegurarme de que había existido, pero todavía me resultó más extraño. 

Tenía que dejarle alguna huella de todo aquello, una carta quizá.

Una carta interminable, abierta, y obscena. Aquella carta lo decía todo, la mentira desnuda, toda ella desde el encabezado hasta la postdata despojada y consciente de haber sido una. Allí estaba todo lo que sentía mi corazón y que hubiese querido depositar en el suyo, como en un prêt-à porter. De haberla escrito en su espalda, en aquella espalda, se hubiese roto como el pan seco al cabo de dos líneas, pero la distancia había difuminado hasta el contorno de su cuerpo. Podía extender mis palabras bajo un movimiento ancho, largo y continuo. Y no obstante me era imposible imaginar la carta entre sus manos. No coincidía con él, el Max de carne y hueso, en el que  no cabía ninguna anomalía. Sentí una vergüenza confusa cuyo origen no he logrado definir ni a día de hoy. Pero ya era demasiado tarde. 
Basta con rozar una tecla hoy día, para que una carta sea ipso-facto recibida,  y todavía no me acostumbro a que estas cosas ocurran con tal facilidad. A la media hora recibí su respuesta, seca, breve, y con algún toque de maldad, todo hay que decirlo. Acababa de violar mi carta desnuda metiéndole algunas palabras abundantes y ornamentales adobadas con una pizca de sarcasmo. Hubiese preferido el desgarramiento, ese desgarro subliminal que siempre queda mucho mejor en estos casos,- sentirse desgarrado-a otorga a estas situaciones ese toque de patetismo que conmueve-, en lugar de ese tono de persona mayor, moralista, solitaria, desagradable, educada y cortés, en cuya casa se ha de tomar el té la última semana de cada mes y a las cinco en punto, o si no, nada.

Esa misma tarde un sol de justicia vino a romper la timidez de las persianas de casa. Al día siguiente mientras echaba una ojeada sentada sin pensar en nada, el sillón rojo del salón retuvo toda mi atención. 

Me sedujo su color, aquel terciopelo sedoso que me acarició hasta lo más profundo el corazón, pensé en las manos que lo habían acariciado, en sus pliegues ondulantes, en su fuerza y su estilo altanero sin haber sido jamás vulgar desde que lo compré en aquel bazar de antiguallas. Constaté entonces que ya no sentía nada por Max, que ni siquiera había alimentado ninguna estima particular por él. Me puse como el sillón, roja, sólo de pensar que al mismo tiempo me invadía un sentimiento de orden sereno y tranquilo. 
Las cosas estaban en su lugar, y así estaba bien.

Salí a la calle, y me dirigí hasta la cabina a ver si aún estaba allí aquella joven que me despertó aquella noche en casa de Max.  Y sí, allí permanecía, recostada, hecha un ovillo. Había vuelto a su guarida y seguía gritando con la misma rabia que dos días antes: La vie, les chéris, ce n´est que de la merde!! 

Fin.

P.S. Gracias a los que llegasteis y leísteis hasta aquí. Me divertí mucho escribiéndolo para un proyecto.  Ahora hay que ponerlo en escena.  Besos a todos. Y hasta pronto.

14 comentarios:

  1. Todito lo leí y me mantuvo con ganas de más, me ha gustado mucho Eva.....alguna coincidencia con la realidad es mera casualidad!

    Besitos =))))

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  2. Siempre la vida te da sorpresas...y se aprovechan o no

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  3. Claro que lo leí todito y cuando me encontré con Connie Francis, no me lo podía creer, es verdad que existió, yo la tenia por allá, lejísimos, incluso fuera de la galaxia de mis recuerdos, que manera de restregar la cebolleta en aquellos guateques... que tiempos aquellos de total y despreocupada inconsciencia...
    uf! Cuantos recuerdos, corazón...
    Besos y salud

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  4. Me miré en el espejo a ver si tenia labios de medusa, pero con la marea alta no se notaba... Con ellos puedo asegurarte: Zarzammora soy tu madre !

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  5. Hasta el final!
    Y sin perder un ápice de interés de principio a fin.
    Por cierto con lo de los labios de medusa me he partido de la risa y mira que aún estoy malita.
    Un besazo guapa!

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  6. Muy buena. La he leído toda. Besos.

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  7. Me ha gustado mucho, Zarzamora:
    una historia que pudo ser y se truncó.
    Pero como le decía Bogart a Bergman: "siempre quedará París".
    ¡Y mira si es grande París, para encontrar a otro Max!

    Salu2 parisiens.

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  8. Qué hermoso texto.
    Yo también soy de los que tiemblan en el primer beso.

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  9. Encantada de seguirte mientras desplegabas el cuento, triste al reconocer tanto de tantas. No todas tienen una madrina disfrazada de mendiga, que además pone las palabras en su orden.
    Besos

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  10. Muy bueno, pero eso de labios de medusa, cualquiera le da un refregó en la boca.

    Besos EVA.

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  11. Toda una historia, Eva, muy buena.
    Esa puesta en escena, ¿será un desarrollo para una novela?
    Tiene todos los ingredientes, hasta me dejaste curiosidad por la perfecta Castafiori de la pasta.
    Fue un espejismo estacional de los que suelen ocurrir en primavera, pero que no son raros en otoño.

    Muy buen relato, con ironía, reflexión, humor, desnudez sin vergüenza en cuanto a sentires... Y con tu sello personal del buen hacer.

    Un beso enorme, querida Rebelde!!!

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Rebeldes que dejaron su zarzamora