Esta primavera tan
extraña como traviesa ya casi se nos se va bostezando, y se arrastra melancólica
entre los días de tormenta y las noches de sopor persistente, como para
decirnos que llegó tarde, pero que quería hacernos un guiño antes de marcharse.
Sacamos por fin los
bañadores del armario y guardamos las pupilas detrás del espejo.
Dejamos los pétalos de la sakura y la flor del jazmín en el asfalto cubiertas de sueños para volver a soñar un verano, bañando los recuerdos cobijados bajo la inercia del tiempo, emprendiendo así de nuevo el camino del vaivén de las olas y su arena.
Como hace tiempo que ya no salgo en las fotos de familia, ni recorto ideas, ni me maquillo para encontrarme en mis cuadernos de viaje, tampoco me pongo a mirar por el retrovisor lo que ya fue. Me conformo con atesorar las ausencias, acurrucando palabras, frases, historias de lo observado y lo vivido, sabiendo que regresaré al despeñadero de lo conocido como volveré a mi exilio cotidiano.
Lo que más me gusta del transcurrir de las estaciones que siempre asocié a los ciclos de una vida, es la etapa del tránsito, la del abandono a un tal vez, a lo que ha de ser y será, o no, y la mimo como una mera espectadora que se asobina ante el miedo a un mañana empañado de tristezas que sabe que irá menguando entre el calor de unas sábanas por estrenar, o un tranvía a la Malvarrosa por el que cada mañana navegarán y naufragarán, acompasado a nuestra mirada, la solidaridad de otras miradas tristes, o las citas, que ilusionados, nos quedarán por envolver en papel de celofán.
El no haber sabido
vivir la vida como un destierro voluntario, y el haberme negado a ser
protagonista inclusive de mi propia película, me hace regresar a la guarida,
con nubes de color rosáceo pero sin humedad en los huesos,
aprendiendo que la rutina de las estaciones tiene el tinte descolorido de lo
conocido, y que bajo su manto logramos sentirnos protegidos por una masa de
recuerdos, que en un descuido, puede bañarnos con sus lágrimas de perlas, o
bien abrazarnos a los brotes de las flores de un cerezo, o a los árboles que ya
andan inquietos esperando su Otoño, o a ese beso tuyo, improvisado, que es mi
serendipia.
Zarzamora:
ResponderEliminarya ha llegado don Verano con sus ímpetus caloríferos, sus noches giratorias, su pereza continua...
Saludos estivaux.
Belle chanson !
Bueno aún falta un pelín, pero ya va asomando la naricita, sí.
EliminarBenditas siestas estivales :))
Bises fin d'année printanière, murcianico.
Ahora, ya pronto, toca el "qué calor que hace". Claro, se llama verano, so cenutrio... ;)
ResponderEliminarEsto es un círculo de vicio muy vicioso... un año más y con más "caloret" pa sufrirlo :))
EliminarZarzamora. Cada estación del año nos cambia la personalidad o, al menos, el estado de ánimo. Para que no digan después (los que dicen) que no estamos conectados con la naturaleza. El tránsito es perpetuo entre tantas cosas que nos cambian. Va un abrazo.
ResponderEliminarAsí es, y así también lo siento yo, J.David.
EliminarVa otro abrazo.