Antes que nada, disculpen.
Cada vez me cuesta más escribir y comentarles.
Estoy sin estar...
Gracias por seguir estando los que sois, y os gusta leerme sin condición alguna.
Hace años que no salgo.
Estoy en casa. Se me cuida, se me dice que me tienen aquí para que no me lleven
allí y que me partan el hígado con barbitúricos.
Estoy más delgada y tengo
el pelo grasiento, lo sé a pesar de la ausencia de espejos. Lo único que me
dejan es pintarme los labios de rojo.
Tengo unas doscientas
barras de carmín de distintos matices que son el triste y monótono arcoíris de
mi vida.
Él me peina, siento sus
pequeñas manos acariciándome el aceitoso cabello como si fuese su muñeca. Me
deja el desayuno de plástico en un rincón y desaparece hasta la noche.
La habitación, este
habitáculo corroído por la falta de pintura y la indiferencia, huele a vómito y
a meados que se han infiltrado en cada escama de la pared.
Me he vuelto a hacer
encima, es un magma de no sé qué, al cual me he ido acostumbrando. Una pasta
que emana de mí, indescriptible e innombrable. A veces siento un terrible
escozor que me baja del himen hasta los muslos, que me arde y me quema hasta
las entrañas. Lo peor es que ya ni siquiera me molesta el hedor ni la
putrefacción que desprendo.
A veces llega ella. Sus
manos son largas y su perfume violento se mezcla con mi falta de pudor.
Ella algunos días hace el
amor con él mientras yo miro absorta por la ventana las gotas de lluvia.
En mi piel la
putrefacción del olvido se pega como una larva viscosa y supurante.
Ella a veces me lava las
piernas, y el pelo graso vuelve a ser dócil e imagino mis reflejos rojizos
cuando el escaso sol se posa en mis raíces y puntas.
He vuelto a mearme
encima.
No quiero que me toquen.
Por favor les pido.
Me da asco que penetren
en la intimidad de mis líquidos, ya sean lágrimas o vertidos amarilláceos, pues
son míos pero no logro emitirle a la mente el mensaje del ademán.
Sólo puedo pensar en las
piedras, en los poros que aún respiran, en los años de historia que llevo
acumulados paseando por las callejuelas de mi cerebro.
Me paseo por sus
recovecos a empujones, escondiendo en la memoria el único eco de vida acallado
que me queda y que me ignoran.
En medio del silencio
emerge un mar, lejano del hogar de los océanos, por eso pienso que se parece a
mí viviendo en un exilio, creciendo en una habitación ajena.
En los ecos deshilachados
de mi mente como arenillas del hastío, se acumulan mis pensamientos apelmazados
que se confunden con el olor a náusea como para vomitar los miedos, el hueco
indómito que dormita más allá de la confusión de los filamentos de mi cerebro.
El único sentido que
recobro es el oído, las gotas impasibles que gotean del lavabo dándome el
sentido del tiempo y de las horas.
Goteando, como apagando
los silencios, recobrando el sentido del tiempo de minutos que carecen de
sentido, mecidos en la eternidad de las horas. Eternas gotas minuteándome la
nada.
Silencio a silencio, no
hablar. Perdí también el sentido de la articulación. La palabra juega al
escondite con mis adentros.
La busco, las busco.
Intento poner una sílaba tras otra, un artículo o pronombres pero todos ellos
me resultan indefinidos, irrecuperables. Las letras, los nombres, la anarquía
de la sintaxis, la pérdida del verbo.
Todo resulta vano e inane
y yo tan torpe, tan minusválida, tan poco ser que no soy nada.
Yo, sólo yo, como un sólo
y único instante, un aquí, simple eco de la misma respiración que emano y
empaña los cristales con el suspiro indeciso de mi aliento.
Tengo hambre de palabras,
de lenguaje, de carne, de mutilar el paso olvidado de la nostalgia de un juego
de voces.
A veces me leen un libro,
pero la mayoría de los que escogen no me interesan. Hablan de historias con
sentido, de cuentos para dormir, a veces creo que la literatura me aburre, que
ya se ha inventado todo.
Las palabras y las
historias son a menudo las mismas aunque cambien de país, de época, de estilo,
de lengua, de personaje, de historias, o
de título.
Nada me interesa. De vez
en cuando le presto alguna atención al suceso del día, pero hace años que
también son los mismos, cambian también los nombres, los lugares, pero los
hechos no.
A una sencilla variante
se asemejan las épocas, aunque no los olores pues gracias a ellos sigo viva.
No sé cuánto tiempo dura
ya todo esto. Supongo que se paró mi mente cuando llegaron los hombres de
blanco y su camión de rojo a recuperar los rastrojos de mí misma,
siempre inconsciente, bajo la neblina de la vida, la del ayer, la de los
rostros que ya no podía ni recordar, el de mi padre, el tuyo… Palabras de baños
de olvido y de nostalgias, pensamientos confusos, miradas perdidas, tiempo
atemporal, siniestro y sórdido, sin sentido….
Aquel mundo mío fue el de
no articular movimientos, no hilvanar ideas, perderse en un vacío constante, en
una alucinación, en un universo de sensaciones huecas, oscuras, luminosas, con
vidrieras policromas, era el de un vacío como el del letargo, el del momento
fetal, el del líquido amniótico que te envuelve y protege del lado hostil de la
vida.
Él me sigue peinando
mientras recuerdo el cuadro de Munch, y la sensualidad aflora en la raíz de mi
pelo, en la raya que me está haciendo en este preciso instante. Siempre una
raya en medio de la nada oteando mi cabeza.
No sé cómo comenzó toda
esta espiral.
Me va cortando la uñas.
La vida quizá hoy no me
resulte tan absurda como antes. Antes vivía por fuera, hoy lo voy haciendo
hacia dentro, para mí, sólo para mí y para nadie más. Se acentúa ese
sentimiento de egoísmo intrínseco a cualquier ser humano que antes desconocía.
Las notas vagan por mi cerebro. No tengo que pedir ya nada. Lo llevo todo
dentro de mí. Mi yo es mi único universo. Fuera de mí no hay nada ni cabe nada
ni nadie. La vida es puro vacío, un recorrer instantes sin detenerse, un vacío
de instantes detenidos en un recorrido vital sin cese.
Mearse encima, cerrar los
ojos manteniéndolos abiertos, humedecerse para no secarse nunca. No dejar que
el cuerpo se seque a pesar de todo.
Seguir viviendo.
Llueve y él ha abierto
las ventanas. Un aura fresca y fría invade el cuarto. Pienso en la ansiedad de
los días en los que aún vivía sin tener esta sensación de estar muerta.
De la serie, Desmemoria.
¡Tremendo! Aplastante. Muy fuerte el texto así como profundo.
ResponderEliminarBesos Eva.
Que terrible...por favor... :(
ResponderEliminarBesos y salud
Soberbio!
ResponderEliminarLa decadencia llevada a escena con tanta exactitud como crudeza. Una realidad que pone los pelos como escarpias.
Feliz semana
Una descripción límite
ResponderEliminar¡IMPRESIONANTE, Eva! Es uno de los textos más hermosos, sombríos, pero llenos de la luz que desprende cada imagen, cada mínima descripción, que te he leí. Se percibe el dolor y el vacío.
ResponderEliminarTe felicito, Zarcita.
Besos.
TERRIBLE
ResponderEliminarUN magnifico relato.
Besos
Tremendo lo que has escrito, la vida al límite. Me has puesto los pelo como escarpias.
ResponderEliminarEres magnífica en todos los ámbitos.
Besos fuertes
Desgarrador. Me ha recordado los últimos meses de vida de mi padre. Me sentía impotente al verlo en aquellas condiciones pero lo realmente triste era cuando él se daba cuenta de su situación.
ResponderEliminarUn beso Eva
Muy triste y a la vez real. Besos.
ResponderEliminarJoder muy bueno, pero como ya te han comentado desgarrador. Que pena más grande cuando uno llega a esos extremos.
ResponderEliminarBesos querida EVA. Me voy a leer la entrada anterior.
Bueno mi comentario creo no quedo. Tremendo tu relato. Tan real como la decadencia de una vida. Uf no se que mas decir, toca mal. Un abrazo
ResponderEliminarUn escrito valiente, muy valiente, cariño. Íntimo e intimista. Verse en el espejo, cantarse las verdades y no bajar la mirada: esto soy, así lo cuento, sin eufemismos, ni medias palabras, ni frases que me permitan el engaño a mi misma ; ni a ti que me lees.
ResponderEliminarY no sé las veces que lo he leído, pero en todas, cariño, la ternura pedía paso. Admiración por quien tiene lo más valioso a lo que agarrarse que es a ella misma y su realidad. Sigue viva, muy, muy, muy viva, la pasión corre por su finas venas y las hebras de sus emociones. No se rinde, con lo fácil que hubiese sido abandonarse en la cuneta del camino hacia ninguna parte, sigue con paso firme deambulando por él. ¿Cómo no evitar las ganas de abrazarla? Lo hago y la beso. Y a ti preciosa mía.
Y yo me quejo.
ResponderEliminarSi algún día en esa tremenda espera cruzando el límite llega una carta tan anhelada mis dedos quedarán estáticos, no sabrán qué hacer ante tan menudo -lo intuyo- texto.
Un abrazo Eva si es que de algo sirven los abrazos virtuales.
Has plasmado a la perfección un interior lleno de bruma.
ResponderEliminarMe conmuevo.
Besos, querida Rebelde.
Es horrible perder la memoria, porque se pierde la identidad y sin nuestros recuerdos ¿qué somos? Es horrible esa enfermedad. Horrible.
ResponderEliminarSalu2, Zarzamora.