El otoño anda remolón este año en París, asoma el hocico
para que lo acariciemos y luego agacha las orejitas para dejar que sigamos
lamiéndole unos rayos de sol tibios pero que ya no duelan; y perfumados
de hojas muertas vuelan los pensamientos y se dispersan en el aire,
y un relámpago las hace estallar en una deseada tormenta que arrecie recuerdos
que acariciasen las promesas de un estío que ya paulatinamente va borrando la
distancia y al que le añado el deseo de aniquilarlas.
El asfalto revienta las ganas de andar, de perderse en la
foule, de girar y de atravesar muros.
De sacar las garras y de comerle la boca a lo por venir,
de arañarte el cuello de una camisa que te queda grande.
La lluvia en París posee el don de lavar los viejos
adoquines y lustrar nuevos desafíos, de decirnos impasibles que si bien nada
nos importa bañados en las miradas que se tropiezan con la nuestra en el metro,
alguien llora como nosotros en viejos andenes y por los trenes perdidos,
o en comedores sociales en los que un beso entre goles sabe a verdad y no a
indiferencia, porque ahí nos dejamos la piel sin necesidad de no ser quienes no
fuimos ni hemos sido y nos ven en carne viva, seres todos cubiertos de piel
bajo huesos entumecidos a fin de cuentas... Es como una solidaridad silente que
navega sin necesidad de palabras y que nos libera la indiferencia y el desgano
siempre presentes, vestidos de negro y gris.
He aprendido pocas cosas a lo largo de los años, pero si
de algo estoy convencida es que el dolor es intransferible aun frente a las
mismas circunstancias, como el amor, el odio, el rencor, el perdón y toda la
retahila de nuestros pecados capitales.
Me aferro al café. A la canción que cada mañana frente al
espejo le canto,- un flamenquito o un bolerazo- , y las magdalenas sonríen,
y al ascensor que no me hará bajar más rápido a plantarle cara a cada
sonrisa que me regalen hoy esperando no devolverles sólo una mueca.
Y levanto la copa por los viernes con vodka rojo, por tu
cuerpo que ahora siento dormir en la habitación de al lado tras años de
espera y ausencia y que abrazo desplegándole y dibujándole unas alas con
futuro, para que vuele alto, muy alto, y no cese de volar.
Y por esas bocas que me niego a besar para no escupirles
los besos.
Y por todas las baladas de otoño, por llegar.
Y porque las estaciones van pasando, y mi yo, a través de
ellas, sin quererlo va sintiendo y acusando el peso de los años aunque ninguna se parezca.
Os dejo hoy una canción que para mí es lo que suelo sentir cada otoño, y ni sabría decirlo con otras palabras, si no fuesen en italiano, donde por primera vez sentí en esa lengua lo que era la Malinconia... hay miles de versiones, y ya las he colgado todas en este blog, pero es que Mina, es ese canto triste de Malinconia (Saudade que dirían los portugueses) ... que viaja por su voz cada otoño que pasa y anida en mí. Y mira que me gusta el otoño, con lo que sé que arrastra, porque anida en mí y bajo su abrigo de hojas muertas nací un octubre ya lejano.
Había un blog llamado "otoño, casi invierno". Yo ho tendría que llamarle al mío "invierno puro y duro".
ResponderEliminarY que no se ponga peor...
Wow, Eva...ignoro el paso del otoño en París, pero he visto tus pasos persiguiendo a los pensamientos que tu mente desperdiga al compás de tu mirada-externa e interna-
ResponderEliminarHasta me ha llegado el aroma a magdalenas, a lluvia mojada, al fluir de tus años bailando al compás de tus boleros o flamenco.
Besos muchos, muchos.
Ja,ja,ja, me equivoqué...qué raro,¿no?
ResponderEliminarQuise decir a calles mojadas, ja,ja,ja
Como que la lluvia ya viene así de serie...
:)
Incluso en los comedores sociales la lluvia puede limpiar. Me alegra que el amor y la ternura vuelen con las hojas.
ResponderEliminarPeazoabrazotrote!!!
¡Qué hermosura de otoño en París nos describes! Dan ganas de volver a pasear y a soñar porque no quiero olvidarme de los sueños.
ResponderEliminarAbrazos.
De todas las estaciones es este primer otoño con la que más me identifico, las primeras lluvias, el dorado de los árboles, las temperaturas que juegan a disfrutar la calle y apreciar el regreso a casa....será que la nostalgia es tremendamente evocadora.
ResponderEliminarUn beso
Oh, mi estacion preferida, me encantan los colores de los arboles y su tono nostagico. Gracias por compartir. Saludos desde E.U.
ResponderEliminarA veces Eva uno no sabe si la música que va a escuchar según te empieza a leer va a ser alegre, arrebatada, desgarrada, repleta de lágrimas o cascabeleante de sonrisas... sea como sea siempre suena de verdad verdadera. Siempre. Te digo esto es porque estas me han sonado a un poco de todo. Sé cuanto te gusta la lluvia para dejarte empapar por ella.. lo sé... recuerda luego secarte rápido y cuidarte por favor.. los catarros tras las mojaduras son difíciles de curar.
ResponderEliminarLa música triste tristísima pero bella... muy bella!!
Serrat a veces suena así... tú también.
Un beso grande EVA y tranquila, llegará la lluvia... cuando llegue aquí, le digo que te vaya a ver, tú me mandas tu sol ¿ vale? ;))
Tranquila. El tiempo avanza igual para todos
ResponderEliminarCuanto tiempo llevaba sin escuchar a Mina, la tenia olvidada, que vergüenza me da...
ResponderEliminarQue preciosidad de vídeo, gracias, muchas, corazón...
Por aquí el Otoño no inspira, no se le ve por parte alguna aunque las hojas de las viñas empiezan a caer pero con mucha desgana, sigo regando el césped, 30º ayer, no, el Otoño por aquí brilla por su ausencia.
A mi me pasa como a mariajesus, mis carnes están en pleno invierno, aunque mi mente goza de una eterna Primavera... :)
Besos y salud
¡Qué triste me has puesto! y eso que aquí también estamos con un sol espléndido.
ResponderEliminarHola Evita, lindo vídeo, linda voz y linda música.
ResponderEliminarTu texto todo hermoso, especialmente hermoso el inicio.
Un beso amiga querida.
Del otoño sólo me gustan los colores de las hojas (y el fresquito).
ResponderEliminarSalu2 otoñales, Madreselva.